Automóvil Club Rioja 1970

SUBIDA A CLAVIJO

Clavijo, la subida por excelencia

Clavijo era la prueba estrella entre todas las subidas en cuesta que organizaba el Club. Influía en ello poderosamente la amplia visión de su último tramo y, sobre todo, su cercanía a la capital, que atraía una gran afluencia de público.

Su recorrido, muy rápido, se dividía en dos partes bien diferenciadas, cortadas por la aldea de La Unión —un paso con algunas curvas comprometidas y suelo siempre sucio y deslizante—, para terminar en el tramo final ya mencionado, con un par de horquillas propicias para la conducción agresiva, todo un espectáculo para el numeroso público que se agolpaba en las estribaciones del castillo.

Fue mi estreno como piloto de competición entre un manojo de nervios. Afortunadamente, una vez arraqué, desapareció el nerviosismo y terminé mi primera carrera en el octavo puesto más el premio a los pilotos noveles. Un buen modo de empezar.

[1/5] Los coches esperan la salida de la II Subida a Clavijo, en una tarde calurosa de mayo. En primer plano el Renault 4TS de "Tote", Nicolás Martínez Escuín, y el Mini de Felipe Baquerín, ambos con publicidad que nos intercambiábamos.
[2/5] Mi primera entrega de trofeos, tan ilusionado como feliz. En primer plano Luis Mª Salas citando a los premiados
[3/5] Una bonita imagen, con el Seat 1430 Gpo.2 y el castillo presidiendo el paisaje
[4/5] Otra entrega de premios. Según el coche mejoraba y yo aprendía, los trofeos iban aumentando de tamaño. Ese rostro que asoma por la derecha es el de Jaime Pina, por entonces presidente del Club; detrás, a la izquierda y aplaudiendo, Emilio Lorini, directivo.
[5/5] Con el Seat 1430-1600, preparado Juncosa/Petir, derrapando en la primera horquilla del último tramo, la curva más espectacular de la subida.

El curandero de Pradejón

Y para recuerdo curioso el de una de las subidas, la primera en que iba a participar con el Seat 1430 Gpo. 5, cuando una lesión que sufrí el viernes en el pie izquierdo estuvo a punto de impedirme tomar la salida el domingo.

Porque si el viernes en caliente solo me dolía el tobillo, el sábado por la mañana no podía ni apoyar el pie en el suelo sin que me dieran unos pinchazos insoportables. El médico me envolvió pie y pierna con una venda adhesiva, me citó para el lunes y me dijo que ni se me pasara por la cabeza participar en una competición. Ni siquiera conducir de paseo.

Por la tarde le comenté la situación a Pepe, de talleres Petir. Tras unos segundos pensativo, me dijo: "Ven". Me subió a su '1500' y arrancó hacia Pradejón. Por el camino me comentaba que había allí un curandero famoso que había tratado incluso a futbolistas de primera división, un hombre al que acudían muchos lesionados confiando en él porque tenía unas manos prodigiosas. Y también me advirtió de que no le preguntara cuánto le debía, porque él no podía cobrar. "Dale 500 pesetas", me dijo, que al parecer era la tarifa consensuada del 'regalo/honorario' habitual.

El hombre nos recibió en su casa, sentado en una silla baja, con una sonrisa irónica en una cara curtida de sus años de pastor, y me puso el pie encima de una banqueta. Sin más, empezó a presionar en el tobillo hacia atrás por ambos lados, con unos pulgares que parecían dos mazos, y me hizo ver todas las estrellas del firmamento y algunas por descubrir. "Aquí tienes la mierda", me dijo, "ahora quítate la venda, que te dolerá menos que si te la quito yo. Tienes todo fuera de sitio, ¿y te venda sin arreglarlo? Estos médicos...", sentenció con su mirada de pícaro.

Quitarme la venda fue como una depilación a la cera, el último sufrimiento de la tarde. Después me puso una pequeña venda de gasa que sujetaba pie y tobillo sin presionar, sólo una ayuda para mantener cierta rigidez. "Te la dejas dos semanas. Luego te la quitas y ya está."

¿Y ya está? ¿Así de simple? Pues sí, aunque no me lo podía creer: entré en su casa sin apenas poder apoyar el pie en el suelo y salí andando. Con ligeras molestias, claro está, pero andando. De regreso, Pepe me comentaba que había aprendido curando a las cabras. Bendito pastor, un verdadero genio natural.

El domingo calcé el pie con una bota de montaña que me sujetaba el tobillo y, como se trataba del izquierdo, pude participar en la subida. No pisaba el embrague con la soltura habitual, pero sí la suficiente para terminar la prueba sin contratiempos.

Fueron las quinientas pesetas mejor gastadas de mi vida y la oportunidad de conocer a un hombre muy especial. Inculto, sí; sin conocimientos oficiales de medicina, también; pero sabio, mucho más sabio que el médico que me había vendado por la mañana, desde el pie hasta la rodilla, sin tan siquiera mirarme el tobillo.

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